miércoles, 10 de julio de 2013

2da parte: Un bicho en el teclado (Maria Teresita Suriani)

El ascensor subió nueve pisos y paró en seco. En el viaje mi cuerpo se había puesto al día con mi cabeza y puso en marcha todo signo de nerviosismo e intranquilidad a mano. Me corrían gotas de sudor por las sienes, el pelo se me había erizado ligeramente, mis piernas no aportaban su firmeza habitual y mis manos me delataban más que nada, transpiradísimas. Antes de que se abrieran las puertas automáticas logré acomodarme un poco la pollera y alisarme el pelo con las manos. La transpiración de mis manos pasó al pelo, lo que me dio un aspecto lamido y sucio mucho más deprimente. Avancé a lo largo de un pasillo alfombrado de color caqui, de las paredes colgaban cuadros de perros y gatos.

No era lo que imaginaba para el piso del jefe, pero todo era ya tan raro que mis mecanismos de extrañeza no reaccionaron demasiado ¿Para qué querría el jefe hablar conmigo? ¿Cómo sería el jefe? Me lo imaginaba escuálido, canoso y con una cara perfectamente afeitada, aunque nunca había visto ni una foto de él. 
Al final del pasillo me esperaba una mujer morocha con un corte de pelo en forma de hongo. Tenía el típico traje de secretaria, gris con rayitas negras verticales. Era el que usaban todas las secretarias del edificio.
-Buen día Clemencia. A ver si me hace el favor de acomodarse un poco que la está esperando el jefe.-
Sin ir a un baño no podía acomodarme mucho más pero simulé estirarme la pollera y peinarme con los dedos. Mi pelo quedó aún más grasiento.
-Pase pase, el jefe está apurado, y recuerde no interrumpirlo mientras habla.-

No sé porque me dijo ‘recuerde’, nunca me habían dicho que no interrumpa al jefe, nunca me habían dicho nada del jefe. No me gusta la gente que dice ‘recuerde’ cuando es la primera vez que te dicen algo, o la gente que me dice ‘apúrese Clemencia’, como si yo pudiese acelerar la marcha del ascensor. No me gusta nada de nada que me digan que alguien está apurado. ¿Y? Yo no pedí subir hasta acá, yo no quería ni subir ni interrumpir al jefe y retrasarlo en lo que fuera que estuviese apurado. Yo tampoco pedí un bicho en mi teclado, pero ahí estaba, y lo tuve que matar. Y las cosas pasan, pero yo no quería…

Clemencia Campa de Ozco. 35 años, 12 trabajando para nosotros, soltera.

El jefe recitaba mis datos con una voz atronadora, como si yo no estuviera de acuerdo. Como si  no supiera mi nombre. Él no esperaba respuesta. No me detuve en la descripción del jefe porque apenas entré empezó a hablar sin siquiera saludarme y además su aspecto no tenía nada de particular. Un señor de unos 50 años, el pelo seguía sorprendentemente intacto, pero la cara estaba muy arrugada. Alto, ni flaco ni gordo. No sé cómo describirlo. Diría normal, pero ¿qué es eso? Unos se imaginarán algo y otros otra cosa. Qué problemita esa palabra, normal…

150 informes, 6 coberturas de Congresos, 1 sola llegada tarde…

Mis 12 años de trabajo resumidos en unos cuantos números. No podía discutir que no fueran resumibles en eso. No ponía ni mucha pasión ni creatividad, cumplía. Me quedé sorprendida con la cantidad de informes, para mí habían sido muchos más. Para mí habían sido mi vida ahí, los informes, sentía que entregaba 2 o 3 por día, pero no podían ser tantos claro. Me pregunté si el jefe sabría lo que hacía cuando abandonaba el edificio, en la parte de mi vida que no era reducible a números, que no hacía informes ni mataba bichos del teclado. Me pregunté si el jefe sabría que me gusta ir al cine cuando hay mucho sol, para sentir que está lloviendo, si sabría que no uso el trajecito ese monótono, que me pongo jeans y remeras, y sandalias de taco a veces. Que no siempre estoy pintada, que me desato el rodete tirante, que no mantengo tan limpia la mesa de mi living como mi escritorio. Que me pone nerviosa la gente que me para en la calle para preguntarme la hora o una dirección. Claro que el jefe no sabía todo esto, no podía saberlo, tampoco la gente que me para en la calle sabe que duermo intranquila en otoño, hay tantas cosas cayendo… (Continuará)